Acerca de la ciudad se ha hablado ya hace más de dos mil años. Los griegos llamaban a la ciudad polis y los romanos la llamaban civitas. El término griego sigue presente en expresiones modernas como "metrópolis" y "política", que todas las lenguas europeas contienen, mientras que el término latino ha dejado derivados en varias lenguas: "ciudad", "cité", "city". Sin embargo, cuando los antiguos decían polis o civitas, no querían decir exactamente lo mismo que nosotros cuando decimos "ciudad" o los ingleses o suecos, cuando dicen "city". Es decir, con esas palabras queremos expresar lo mismo y al mismo tiempo algo diferente a lo expresado por los antiguos. No se trata de una transformación propia y clara del contenido conceptual como totalidad, sino más bien de un cambio de perspectiva que nuestros diccionarios no pueden captar bien.
Una ciudad puede entenderse como estructura física, como edificación; esta es la idea primera y más inmediata que surge en la mente de todos cuando nos encontramos con la palabra "ciudad". Pero, una ciudad es también la comunidad humana, la forma urbana de vida que desarrolla una población. La perspectiva del sociólogo exige a menudo este último aspecto, pero la perspectiva dominante es la del arquitecto. Entonces, puede decirse que estamos, culturalmente, programados para entender la ciudad, en primer lugar, como una estructura física dentro de la que se desarrollan las relaciones humanas. Sólo en segundo lugar, entendemos la ciudad como el propio sistema de relaciones humanas que crea tanto estructuras sociales como físicas.
Estructura física y vida humana son dos aspectos que siempre han ido unidos a nuestra manera de entender la ciudad, pero la relación entre esas dos formas de entender y la prioridad entre los dos aspectos varía con el tiempo y con la situación. Cuando los atenienses decían polis se referían primordialmente a "la comunidad humana" y sólo en segundo lugar a "la estructura o entorno físico". Los romanos por su parte usaban la palabra civitas casi exclusivamente en la acepción humana. Los romanos y sus inmediatos sucesores cambiaban por consiguiente de civitas a urbs cuando querían referirse a la ciudad como estructura física. Nosotros decimos "ciudad" para ambas, pero (aun contando también con la palabra "urbe") pensamos primordialmente en su estructura física y sólo en segunda acepción, cuando la necesidad lo exige, en la vida urbana de los seres humanos.
Ahora bien, aclarado el término y retomando las palabras usadas por los antiguos: “polis o civitas”; haré referencia a la ciudad, entendida como el conjunto de actividades humanas de una sociedad, que construye el escenario en el que la misma vida activa humana se desarrolla; siendo una actividad, entre otras, si bien de extraordinaria importancia, la educación; puesto que aprender y enseñar forman parte de la existencia humana, histórica y social; por lo que no es posible ser humano sin hallarse implicado en alguna práctica educativa. En tal sentido, compartiendo las afirmaciones de Freire (1998), la ciudad se hace educativa por la necesidad de educar, de aprender, de enseñar, de conocer, de crear, de soñar… La ciudad somos todos y nosotros somos la ciudad, impregnados, además, por la continuidad histórica y por las marcas culturales que hemos heredado. Así también, la ciudad es educanda de acuerdo a las actuaciones de sus ciudadanos y según la inclinación política de esas actuaciones. De esta manera, el respeto a las personas y a las cosas, la manera en que la ciudad es tratada por sus habitantes, la cortesía, el cuidado con que se tratan los objetos públicos y la disciplina; son elementos con los cuales perfilamos la ciudad y somos perfilados por ella. En razón a esto, es necesario reexaminar el papel de la educación como factor fundamental en las acciones humanas, en sus ideologías, en sus luchas y en sus sueños.