jueves, 31 de enero de 2019

Potenciales beneficios del uso reflexivo de la escritura


Concebir a la escritura en un plano reflexivo supone que el escritor aprenda o reestructure sus conocimientos respecto a un tema y que, además, mejore sus conocimientos discursivos. Es decir, en palabras de Miras (2000),  “no solo aprende acerca de lo que escribe sino que también aprende a escribir “ (p. 74). En consecuencia, se infieren diversos beneficios que puede aportarle al escritor un proceso escritural que le dé primacía a la reflexión en torno a qué se escribe, para qué se escribe, cómo se escribe y a quiénes está dirigida, todo ello, enmarcado por el plano contextual que, de algún modo, define los textos escritos y responden al cuándo y dónde se efectúa el proceso de escribir.
En este sentido, es necesario precisar que la reflexión nos permite analizar las causas, medir los efecto y comprender los resultados de algo. Por ello, ejercitar la reflexión resulta crucial para considerar detenidamente una cosa, buscando causas, implicaciones, consecuencias y poder resolver, adecuadamente, cualquiera de los retos que se plantean en esta sociedad; tales como, aprehender parte del saber histórico acumulado, captar las normas que rigen el mundo y su lógica, autoconocerse y clarificar el propio futuro, así como filtrar y jerarquizar las informaciones recibidas. La reflexión está, también, en la base del pensamiento lógico-formal, del pensamiento original y del pensamiento crítico, aspectos fundamentales que configuran la personalidad.
Por otra parte, sin reflexión resulta extremadamente difícil el autocontrol o la jerarquización de los propios valores en el seno de un sistema de pensamiento coherente. La reflexión facilita también la evaluación y la integración de experiencias, que se convierten así en fuentes de aprendizaje. Igualmente, contribuye a la asimilación estructurada de aprendizajes escolares o provenientes de cualquier otro contexto formativo. En definitiva, la reflexión humaniza y culturiza a la luz de las vivencias académicas y sociales.
Tomando como referencia lo expuesto, me permito manifestar que la escritura puede ser una vía privilegiada de reflexión, debido a que, cuando se escribe de manera natural y espontánea, podemos plasmar las vivencias, experiencias y sentimientos, dando un claro sentido y significado a la construcción del conocimiento; además, este proceso permite activar la imaginación y posibilita la creación.
Aunado a esto, la escritura es también una vía de expresión y comunicación. En cuanto tal, fortalece las relaciones del sujeto y amplía su ángulo de visión y de comprensión del mundo. Sirve de soporte a la expresión de sentimientos, a la narración de vivencias o al desarrollo de relaciones profesionales o de cualquier otra índole. Escribir para el otro ayuda, además, a aprender a narrar en términos inteligibles para los demás, lo que  facilita la comprensión de la perspectiva del otro. Todo ello redunda, a su vez, en una mejor comprensión de los contextos de desarrollo social y de uno mismo.
Escribir reflexivamente ayuda a saber escribir, como es lógico, pero también estimula la riqueza de la expresión oral: la clarificación de las ideas, su organización en un hilo narrativo, la utilización de un léxico preciso, entre otros aspectos. Escuchar atentamente, leer con calma y hablar con sosiego potencian la reflexión y la capacidad de expresarse por escrito, y viceversa: todas las formas del uso reflexivo de la palabra se estimulan interactivamente si se practican de manera voluntaria y placentera.
El sujeto puede construir o reconstruir sus aprendizajes con la potente ayuda de la escritura reflexiva. Posteriormente, el sujeto podrá demostrar su saber redactando adecuadamente un trabajo, un proyecto o ensayo, que en sí mismos serán también motivos de aprendizaje y no sólo un medio de evaluación. En otro orden de ideas, y a diferencia de lo que ocurre con las otras formas del uso reflexivo de la palabra, que son más efímeras, escribir sirve para dejar constancia ante uno mismo o ante los demás de lo pensado o sentido en un determinado momento. Ello facilita la reflexión posterior a partir de lo escrito, o bien la propia evaluación de lo anteriormente pensado y expresado sobre el papel.
En correspondencia con lo anterior, la escritura reflexiva contribuye también a generar confianza en el sujeto, en su propia capacidad de generar ideas y de clarificar cuestiones complejas, bien de manera individual o en interacción con otros. Esta confianza en la propia capacidad de generar ideas útiles es clave para estimular la creatividad de la persona y para que ésta adopte una postura relajada al escribir y, por tanto, sea más probable que disfrute escribiendo. La confianza de la persona en sí misma contribuye al desarrollo intelectual en muy diversos aspectos.
La escritura reflexiva, en concreto, puede contribuir a éstos y otros logros relevantes. En contraste, la escasa práctica de la escritura reflexiva, o la ausencia total de la misma, conllevarán con gran probabilidad, a un pobre desarrollo de la capacidad de expresión escrita. Dejando como consecuencia, una amplia gama de dificultades escolares y laborales, en encontrar menor placer al escribir y, presumiblemente, en una menor riqueza en la expresión oral. Igualmente, estos sujetos tenderán, por lo general, a un menor desarrollo del pensamiento reflexivo y de lo que éste conlleva.
Como es lógico, las ventajas de la escritura reflexiva estarán en función, entre otras variables, de la frecuencia con que ésta se practique. Por ello, el reto para los educadores estriba en conseguir que se convierta en un hábito para los estudiantes; y que sea perdurable. En otras palabras, se trata de que la escritura reflexiva se inserte en el estilo de vida del estudiante. Si no, sus beneficios serán, por lo general, efímeros o muy puntuales.
Sobre este particular, Quintero, Torres y Cardona (2007) señalan que la escritura “permite la transformación de la actividad docente en actividad intelectual y, por lo tanto, un requisito fundamental de un profesor altamente capacitado es que sea también un escritor consolidado” (p. 15). En esta perspectiva, es crucial que el docente sea un escritor reflexivo y haga de la praxis docente un escenario propicio para insertar al estudiante en esta práctica. De la misma manera, Zuluaga y Echeverri (2003) advierten que las instituciones educativas deben ser campos de experimentación pedagógica, donde los profesores estemos llamados a integrar todas aquellas experiencias que están dispersas, siendo el ejercicio de la escritura y reescritura una forma de vincular la teoría y la práctica, la investigación y la enseñanza. 
Los docentes reflexivos reconstruyen y comparten su experiencia profesional, configurando un campo de acción concreto y modelando un hábito profesional de formación permanente que nos lleve a ser cada día más autónomos, confiados y efectivos; procesos y habilidades que deben ser compartidas e instruidas a los estudiantes. El reto para los educadores es convertirse en los principales motivadores y hacer de la escritura reflexiva un ejercicio habitual, compartido y modelado.