Concebir a la escritura en
un plano reflexivo supone que el escritor aprenda o reestructure sus conocimientos
respecto a un tema y que, además, mejore sus conocimientos discursivos. Es
decir, en palabras de Miras (2000), “no
solo aprende acerca de lo que escribe sino que también aprende a escribir “ (p.
74). En consecuencia, se infieren diversos beneficios que puede aportarle al
escritor un proceso escritural que le dé primacía a la reflexión en torno a qué
se escribe, para qué se escribe, cómo se escribe y a quiénes está dirigida,
todo ello, enmarcado por el plano contextual que, de algún modo, define los
textos escritos y responden al cuándo y dónde se efectúa el proceso de
escribir.
En este sentido, es
necesario precisar que la reflexión nos permite analizar las causas, medir los
efecto y comprender los resultados de algo. Por ello, ejercitar la reflexión resulta
crucial para considerar detenidamente una cosa, buscando causas, implicaciones,
consecuencias y poder resolver, adecuadamente, cualquiera de los retos que se
plantean en esta sociedad; tales como, aprehender parte del saber histórico
acumulado, captar las normas que rigen el mundo y su lógica, autoconocerse y
clarificar el propio futuro, así como filtrar y jerarquizar las informaciones
recibidas. La reflexión está, también, en la base del pensamiento
lógico-formal, del pensamiento original y del pensamiento crítico, aspectos
fundamentales que configuran la personalidad.
Por otra parte, sin
reflexión resulta extremadamente difícil el autocontrol o la jerarquización de
los propios valores en el seno de un sistema de pensamiento coherente. La reflexión
facilita también la evaluación y la integración de experiencias, que se
convierten así en fuentes de aprendizaje. Igualmente, contribuye a la
asimilación estructurada de aprendizajes escolares o provenientes de cualquier
otro contexto formativo. En definitiva, la reflexión humaniza y culturiza a la
luz de las vivencias académicas y sociales.
Tomando como referencia lo
expuesto, me permito manifestar que la escritura puede ser una vía privilegiada
de reflexión, debido a que, cuando se escribe de manera natural y espontánea,
podemos plasmar las vivencias, experiencias y sentimientos, dando un claro
sentido y significado a la construcción del conocimiento; además, este proceso
permite activar la imaginación y posibilita la creación.
Aunado a esto, la escritura es
también una vía de expresión y comunicación. En cuanto tal, fortalece las
relaciones del sujeto y amplía su ángulo de visión y de comprensión del mundo.
Sirve de soporte a la expresión de sentimientos, a la narración de vivencias o
al desarrollo de relaciones profesionales o de cualquier otra índole. Escribir
para el otro ayuda, además, a aprender a narrar en términos inteligibles para
los demás, lo que facilita la
comprensión de la perspectiva del otro. Todo ello redunda, a su vez, en una
mejor comprensión de los contextos de desarrollo social y de uno mismo.
Escribir reflexivamente
ayuda a saber escribir, como es lógico, pero también estimula la riqueza de la
expresión oral: la clarificación de las ideas, su organización en un hilo
narrativo, la utilización de un léxico preciso, entre otros aspectos. Escuchar atentamente,
leer con calma y hablar con sosiego potencian la reflexión y la capacidad de
expresarse por escrito, y viceversa: todas las formas del uso reflexivo de la
palabra se estimulan interactivamente si se practican de manera voluntaria y
placentera.
El sujeto puede construir o
reconstruir sus aprendizajes con la potente ayuda de la escritura reflexiva.
Posteriormente, el sujeto podrá demostrar su saber redactando adecuadamente un
trabajo, un proyecto o ensayo, que en sí mismos serán también motivos de
aprendizaje y no sólo un medio de evaluación. En otro orden de ideas, y a
diferencia de lo que ocurre con las otras formas del uso reflexivo de la
palabra, que son más efímeras, escribir sirve para dejar constancia ante uno
mismo o ante los demás de lo pensado o sentido en un determinado momento. Ello
facilita la reflexión posterior a partir de lo escrito, o bien la propia
evaluación de lo anteriormente pensado y expresado sobre el papel.
En correspondencia con lo
anterior, la escritura reflexiva contribuye también a generar confianza en el
sujeto, en su propia capacidad de generar ideas y de clarificar cuestiones
complejas, bien de manera individual o en interacción con otros. Esta confianza
en la propia capacidad de generar ideas útiles es clave para estimular la
creatividad de la persona y para que ésta adopte una postura relajada al
escribir y, por tanto, sea más probable que disfrute escribiendo. La confianza
de la persona en sí misma contribuye al desarrollo intelectual en muy diversos
aspectos.
La escritura reflexiva, en
concreto, puede contribuir a éstos y otros logros relevantes. En contraste, la
escasa práctica de la escritura reflexiva, o la ausencia total de la misma,
conllevarán con gran probabilidad, a un pobre desarrollo de la capacidad de expresión
escrita. Dejando como consecuencia, una amplia gama de dificultades escolares y
laborales, en encontrar menor placer al escribir y, presumiblemente, en una
menor riqueza en la expresión oral. Igualmente, estos sujetos tenderán, por lo
general, a un menor desarrollo del pensamiento reflexivo y de lo que éste
conlleva.
Como es lógico, las ventajas
de la escritura reflexiva estarán en función, entre otras variables, de la
frecuencia con que ésta se practique. Por ello, el reto para los educadores estriba
en conseguir que se convierta en un hábito para los estudiantes; y que sea
perdurable. En otras palabras, se trata de que la escritura reflexiva se
inserte en el estilo de vida del estudiante. Si no, sus beneficios serán, por
lo general, efímeros o muy puntuales.
Sobre este particular,
Quintero, Torres y Cardona (2007) señalan que la escritura “permite la
transformación de la actividad docente en actividad intelectual y, por lo
tanto, un requisito fundamental de un profesor altamente capacitado es que sea
también un escritor consolidado” (p. 15). En esta perspectiva, es crucial que
el docente sea un escritor reflexivo y haga de la praxis docente un escenario
propicio para insertar al estudiante en esta práctica. De la misma manera, Zuluaga
y Echeverri (2003) advierten que las instituciones educativas deben ser campos
de experimentación pedagógica, donde los profesores estemos llamados a integrar
todas aquellas experiencias que están dispersas, siendo el ejercicio de la
escritura y reescritura una forma de vincular la teoría y la práctica, la
investigación y la enseñanza.
Los docentes reflexivos
reconstruyen y comparten su experiencia profesional, configurando un campo de
acción concreto y modelando un hábito profesional de formación permanente que
nos lleve a ser cada día más autónomos, confiados y efectivos; procesos y
habilidades que deben ser compartidas e instruidas a los estudiantes. El reto para
los educadores es convertirse en los principales motivadores y hacer de la
escritura reflexiva un ejercicio habitual, compartido y modelado.