Hablar de currículo implica tomar en consideración distintos elementos que están imbricados en esta palabra. No obstante, de modo general, se puede entender al currículo educativo como el conjunto de competencias, objetivos, contenidos, criterios metodológicos y de evaluación que viabilizan la formación de las personas, el cual está enmarcado por un contexto donde se conjugan acciones socioculturales, políticas, económicas, entre otras. El currículo no puede verse separado de la totalidad de la sociedad, debe estar históricamente situado y culturalmente determinado, debido a que es un acto político y responde a una filosofía de vida.
A lo largo de la historia educativa, hemos experimentado cambios curriculares que indiscutiblemente han movido las bases de los procesos de enseñanza y de aprendizaje, y han marcado pautas y diferencias entre las naciones. En la antigua Grecia, por ejemplo, la enseñanza estaba centrada en el trivium (artes preparatorias referidas a la retórica, gramática y a la dialéctica) y el quatrivium (comprendía la aritmética, geometría, astronomía y la música). Ya a la mitad del Siglo V a.C., los Sofistas introducen el tema de la cosa pública, es decir, el supuesto de una educación cívica, donde el hombre participa y se interesa por el gobierno. Por su parte, en la Edad Media , con la Escolástica , se impone una educación donde se sobrepone la fe a la razón. De igual forma, con la inclusión de la filosofía arábigo-judía, se inicia un nuevo saber científico, presentando un diseño curricular más amplio y heterogéneo, agrupado en las facultades de arte y teología. Estos cambios fueron acrecentándose paulatinamente, llegando a las especializaciones y a la división del sujeto-objeto; lo que trajo consigo una gran variedad de disciplinas favorecidas por el impacto de la Revolución Industrial , la cual exigió el fraccionamiento de las tareas y, por ende, la especialización disciplinaria.
Ahora bien, ubicándonos un poco más acá, en el Siglo XIX, nos encontramos con estudios y enfoques psicológicos que han establecido ideas respecto a cómo los individuos actúan y obtienen los aprendizajes. Entre los estudiosos, destacan Pavlov (1909), Watson y Thorndike (1911), Skinner (1938), quienes realizaron investigaciones para hacer de la psicología una ciencia, dedicándose a estudiar a través de formas artificiales, que fueron tomadas como arquetipo en el ámbito educativo y llevaron a presentar los programas de enseñanza orientando el aprendizaje del individuo como si fuera una máquina que no piensa ni razona.
Estas posturas conductistas, al no responder a los requerimientos de la época, subestimando el pensamiento a la actividad consciente del individuo, dio lugar a la formación del paradigma cognitivo con sus diferentes enfoques y propulsores, entre los que destacan: Jean Piaget (Constructivismo genético), Ausubel (Constructivismo disciplinario), Bruner (Constructivismo instructivo) y Vigotsky (Constructivismo social). De este modo, se aprecia como el currículo ha estado influenciado por perspectivas diversas que tratan de explicar el aprendizaje y sus formas de adquisición.
Obviamente, los cambios curriculares son constantes y responden, como ya se ha dicho, a la sociedad y a sus culturas. Es por ello que, el currículo debe orientarse en la formación de un individuo con conocimientos, actitudes, valores y habilidades fundamentales para satisfacer las necesidades éticas, políticas y económicas en los ámbitos social y laboral. En este contexto, es preciso referir la existencia de un currículo explícito y un currículo implícito, que será entonces el subconsciente de la organización y el funcionamiento escolar.
El currículo incluye en sí mismo un plan de enseñanza que es el componente esencial, pero esto no debe nunca confundirse con los planes de estudio que están contenidos en un diseño curricular o plan de enseñanza. De igual forma, es preciso referir el papel determinante que juegan el perfil académico y las competencias. El primero, integra las características cognoscitivas, axiológicas y afectivas que demanda la profesión (Conocer, Ser y Convivir) y, las segundas, se relacionan con las condiciones de trabajo en cuanto a las habilidades y destrezas adquiridas por el profesional (Hacer). Por lo que, la educación debe estar basada en principios, indicadores y herramientas que proporcionen las estrategias de acción manifiestas o internalizadas, de carácter intelectuales y motrices, para alcanzar el desarrollo de competencias acordes con la expectativas e innovaciones que avasallan a la sociedad.
En tal sentido, es en el diseño curricular donde se perfilan los elementos y las etapas de la estructuración del modelo curricular: componentes básicos de especialidad y de investigación y la orientación de la administración de las unidades curriculares, que deben contener el “conjunto de conocimientos, procedimientos y actitudes combinados, coordinados e integrados en la acción, adquiridos a través de la experiencia (formativa y no formativa profesional …), que permite al individuo resolver problemas específicos de forma autónoma y flexible en contextos singulares”. (Tejada Fernández, J., 1999, p.20). Elementos que conjugan los saberes teóricos y prácticos en los que debe formarse, competentemente, la persona.
Tomando en consideración lo referido, puede afirmarse que el enfoque de competencias resultaría ser un paradigma desestabilizador para la construcción de conocimientos en la contemporaneidad, si es abordado desde una óptica transdisciplinaria, que implicaría la fusión teórico-práctica de los saberes y la comprensión del hombre en interacción con el mundo, los métodos, las perspectivas y los principios dialógicos; que vienen a constituirse en un sistema abierto en permanente reestructuración de los conocimientos.
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